Hace unos años, la única preocupación que podían tener los bibliotecarios en cuanto a las obras prestadas, era que algún usuario no devolviese un libro o que decidiese fotocopiarlo completamente para uso propio. En cambio, hoy en día, si algún “internauta” perseverante decide hacer el laborioso trabajo de escanear un libro entero, podría colgarlo en la red y su difusión sería ilimitada.
Por ese mismo motivo, la planificación y rediseño de lo que serán (en mi opinión, en un futuro bastante inmediato) las bibliotecas virtuales, debería de ser prioritaria ya que los nuevos formatos y su manera de distribución superan la limitación física y temporal del libro en papel y, empujados por la crisis económica se están imponiendo rápidamente en nuestro entorno los libros electrónicos.
Debo reconocer que, a partir de este punto mi reflexión se acerca ligeramente a la ciencia ficción al elucubrar sobre cómo será el préstamo de “libros” del futuro: ¿Nos veremos los lectores obligados a leer “on-line para evitar descargas que pudiesen distribuirse después libremente? ¿O tal vez, los informáticos, incluirán en los archivos algún programa de caducidad que pasado el tiempo de préstamo corrompa el contenido del documento y lo haga ilegible? ¿Sobrevivirán, a pesar de la tecnología, las bibliotecas que conocemos y convivirán con éstas otras, más asépticas, carentes de problemas de conservación, de espacio y de almacenaje? ¿Seguirá viviendo el lector esa emoción especial que se siente ante un libro ajeno, del que apenas podrá disfrutar durante unos días, y que, precisamente por eso, se hace más valioso y atractivo? Y, por último ¿la capacidad ilimitada de almacenaje de información de una biblioteca virtual permitirá prescindir de las comisiones de selección de obras y abrirán las puertas a todos los libros editados, año tras año, independientemente de la procedencia, importancia o fama de los autores? ¿Estará el negocio de los editores en la venta de "e-readers" convenientemente programados para que su durabilidad limitada haga rentable la gratuidad de los textos?
Debo reconocer que, a partir de este punto mi reflexión se acerca ligeramente a la ciencia ficción al elucubrar sobre cómo será el préstamo de “libros” del futuro: ¿Nos veremos los lectores obligados a leer “on-line para evitar descargas que pudiesen distribuirse después libremente? ¿O tal vez, los informáticos, incluirán en los archivos algún programa de caducidad que pasado el tiempo de préstamo corrompa el contenido del documento y lo haga ilegible? ¿Sobrevivirán, a pesar de la tecnología, las bibliotecas que conocemos y convivirán con éstas otras, más asépticas, carentes de problemas de conservación, de espacio y de almacenaje? ¿Seguirá viviendo el lector esa emoción especial que se siente ante un libro ajeno, del que apenas podrá disfrutar durante unos días, y que, precisamente por eso, se hace más valioso y atractivo? Y, por último ¿la capacidad ilimitada de almacenaje de información de una biblioteca virtual permitirá prescindir de las comisiones de selección de obras y abrirán las puertas a todos los libros editados, año tras año, independientemente de la procedencia, importancia o fama de los autores? ¿Estará el negocio de los editores en la venta de "e-readers" convenientemente programados para que su durabilidad limitada haga rentable la gratuidad de los textos?
Es cierto que sólo en torno al préstamo de libros surgen una larga lista de preguntas difíciles de contestar, un oleaje de intereses contrapuestos, de problemas y de retos que nos ponen de cara a la nueva era en la que, casi sin darnos cuenta, ya estamos inmersos.
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