Las nubes galopan el cielo impreciso de una primavera apresurada con sabor a guerra y a fracaso.
El sol abrasa y se venga sobre los hombros despoblados. Ara la laxitud de pieles inmaduras. Despierta la memoria de pellejos curtidos por la vida.
Huele a herrumbre y a sangre coagulada, a urgencia de salida en desbandada de ciudades insidiosas, a sudor y a polvo acumulado sobre las memorias muertas.
La naturaleza estalla y se abre paso. Revienta aceras con raíces inflamadas, inventa virus desbocados con hambre de venganza, renueva enfermedades extinguidas.
Un vehículo pasa derramando reguetones reaccionarios. Una madre sonámbula pasea a su bebé insomne con la esperanza vana de dormirlo. Un anciano remueve macetas y recompone flores sobre el jardín en miniatura del balcón.
La vida perezosa del domingo apenas fluye. La tierra parece haberse detenido. Y yo procrastino una novela que se resiste a morir pero que tampoco nace de los brotes trasplantados y divago en estas líneas para no sentir su rencor culpable entre mis sienes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario