La resignación es la peor patología de la sociedad moderna. El ‘siempre ha sido así’; el ‘esto es lo que hay’; el ‘yo no puedo hacer nada al respecto’, son las ‘frases-coartada’ que nos decimos para seguir aceptando sin rechistar el recorte de derechos, la opresión financiera y una deshumanización que nos separa de nuestros ancianos, de nuestros hijos, de nuestros amigos, de nuestros vecinos necesitados y hasta de nosotros mismos. La muerte es un tabú. El silencio una cápsula en la que nos degradamos aislados de lo único que nos hace poderosos: la socialización, la unidad, el trabajo en común.
Nos hemos dejado segregar en tribus. Nos distinguimos por la ropa, el coche, el barrio, el corte de pelo, el club de fútbol al que seguimos y hasta el partido político al que votamos. Miramos con desconfianza a todos los que no se ajustan estrictamente a nuestro ‘perfil’. Nos estamos perdiendo unos a otros. Nos estamos negando. Estamos preparando el campo de batalla para desahogar la frustración y el odio que otros han sembrado en nosotros y que nosotros hemos aceptado sin pensar, convencidos de que nos estábamos beneficiando del ‘progreso’. Un progreso que nos ha hecho esclavos de una cadena de montaje invisible de la que todos formamos parte sin saberlo.
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