¿Por qué trabajamos gratis para las grandes firmas?
No somos más que motas de polvo en mitad del universo y, sin embargo, no puedo dejar de sorprenderme de que a muy poca gente le importe hacia dónde somos empujados, ni por qué no hacemos nada para cambiar la dirección del viento que nos lleva.
Hoy mismo reflexionaba sobre hasta qué punto nos falta sentido crítico (que no capacidad de criticar, que en eso somos maestros). Cada día que voy al supermercado, a la tienda de material deportivo, a la gasolinera, al gran almacén de muebles suecos o al banco, encuentro que hay más servicios que debo o puedo hacer yo misma: Si quiero ingresar en mi cuenta bancaria una pequeña cantidad de dinero, en la ventanilla me informan amablemente que puedo realizar mis gestiones directamente en el cajero automático. Si voy a un gran almacén me animan a que me cobre yo misma en las cajas de “auto pago”. Si quiero ir a ver una película en un cine me explican que puedo comprar mis entradas a través de una aplicación para que no tenga que “hacer cola” y pueda “disfrutar de mi tiempo”.
Me intentan convencer, de mil maneras diferentes, de que todas estas novedades son una forma de progreso. Me envuelven en la idea romántica de que “el futuro ya está aquí”, pero lo cierto es que, en un país como España, que sigue teniendo uno de los índices de paro más altos de Europa, no debería permitirse a las grandes empresas que destruyan empleos a cambio de que sus clientes les hagan el trabajo gratis, porque eso es lo que hacemos, sustituimos al empleado al que ya no tendrán que pagar un sueldo (y que por lo tanto no podrá consumir y poner en circulación el “bendito dinero” que nos hace sobrevivir a todos), que no engrosará la bolsa de la Seguridad Social con sus cotizaciones y que tampoco pagará el IRPF que sirva para financiar proyectos públicos necesarios como la sanidad, la educación o las infraestructuras.
Pero lo que más me sorprende es que caemos en la trampa de trabajar para esas grandes firmas sin pedirles nada a cambio. Por qué no exigimos, por ejemplo, un descuento en la factura al cobrarnos nosotros mismos. O mejor aún, por qué no nos preguntamos si, realmente, nos beneficia como consumidores que nadie nos atienda, que tengamos que llenarnos el tanque de combustible; que actualicemos nuestras libretas de ahorro en una máquina, o que nos sirvamos y pesemos la fruta y verdura que queremos comprar, pagando sin embargo el mismo precio que si nos lo preparase un empleado.
No se trata de que queramos que “nos lo hagan todo”, como rápidamente responderá alguno pensando que necesitamos cierto grado de servilismo. Se trata de que están desapareciendo puestos de trabajo dignos sin que recibamos ninguna compensación ni individualmente ni como sociedad. Se trata de interesarse en el análisis de las novedades que nos intentan imponer para ser capaces de decidir si son justas, si nos benefician o si debemos hacer algo para que no se consoliden.
No somos más que motas de polvo en mitad del universo y, sin embargo, no puedo dejar de sorprenderme de que a muy poca gente le importe hacia dónde somos empujados, ni por qué no hacemos nada para cambiar la dirección del viento que nos lleva.
Hoy mismo reflexionaba sobre hasta qué punto nos falta sentido crítico (que no capacidad de criticar, que en eso somos maestros). Cada día que voy al supermercado, a la tienda de material deportivo, a la gasolinera, al gran almacén de muebles suecos o al banco, encuentro que hay más servicios que debo o puedo hacer yo misma: Si quiero ingresar en mi cuenta bancaria una pequeña cantidad de dinero, en la ventanilla me informan amablemente que puedo realizar mis gestiones directamente en el cajero automático. Si voy a un gran almacén me animan a que me cobre yo misma en las cajas de “auto pago”. Si quiero ir a ver una película en un cine me explican que puedo comprar mis entradas a través de una aplicación para que no tenga que “hacer cola” y pueda “disfrutar de mi tiempo”.
Me intentan convencer, de mil maneras diferentes, de que todas estas novedades son una forma de progreso. Me envuelven en la idea romántica de que “el futuro ya está aquí”, pero lo cierto es que, en un país como España, que sigue teniendo uno de los índices de paro más altos de Europa, no debería permitirse a las grandes empresas que destruyan empleos a cambio de que sus clientes les hagan el trabajo gratis, porque eso es lo que hacemos, sustituimos al empleado al que ya no tendrán que pagar un sueldo (y que por lo tanto no podrá consumir y poner en circulación el “bendito dinero” que nos hace sobrevivir a todos), que no engrosará la bolsa de la Seguridad Social con sus cotizaciones y que tampoco pagará el IRPF que sirva para financiar proyectos públicos necesarios como la sanidad, la educación o las infraestructuras.
Pero lo que más me sorprende es que caemos en la trampa de trabajar para esas grandes firmas sin pedirles nada a cambio. Por qué no exigimos, por ejemplo, un descuento en la factura al cobrarnos nosotros mismos. O mejor aún, por qué no nos preguntamos si, realmente, nos beneficia como consumidores que nadie nos atienda, que tengamos que llenarnos el tanque de combustible; que actualicemos nuestras libretas de ahorro en una máquina, o que nos sirvamos y pesemos la fruta y verdura que queremos comprar, pagando sin embargo el mismo precio que si nos lo preparase un empleado.
No se trata de que queramos que “nos lo hagan todo”, como rápidamente responderá alguno pensando que necesitamos cierto grado de servilismo. Se trata de que están desapareciendo puestos de trabajo dignos sin que recibamos ninguna compensación ni individualmente ni como sociedad. Se trata de interesarse en el análisis de las novedades que nos intentan imponer para ser capaces de decidir si son justas, si nos benefician o si debemos hacer algo para que no se consoliden.
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