¿Para qué necesito tres nuevos abrigos en mi armario? ¿Por qué tengo que tirar la cafetera que cada mañana, fielmente, destila el oro negro que llena de energía mis músculos y me ayuda a enfrentarme a la jornada? ¿Por qué debo sustituir el teléfono móvil - que me sigue manteniendo conectada con el conjunto inmenso y anónimo de la humanidad - por un nuevo modelo que me obligará a pagar una suma sustanciosa y que condenará al anterior a perecer entre el enorme montón de basura tecnológica que nuestro planeta no logrará digerir en centenares de años?
El consumo compulsivo parece haberse convertido en la droga socialmente aceptada del presente. La descarga rápida, luminosa y estimulante de endorfinas que anega nuestro torrente sanguíneo cuando compramos algo que nos resulta deseado, oculta la insatisfacción permanente de no tener nunca todo aquello que querríamos, de no disfrutar plenamente de nuestras vidas o de amordazar nuestra soledad con el ruido de lo innecesario. Y cuanto más cerca está el final de esta etapa, más nos obstinamos en refugiarnos en la evasión de su decadencia, como los nobles venecianos del siglo XVIII que esperaron el fin de la República entre fiestas, disfraces y casinos mientras Napoleón avanzaba con paso firme ocupando todo el continente, como si a ellos no pudiera alcanzarles el futuro.
Ahora, la pobre Europa tiembla ante la cercanía de una nueva etapa que parece adivinarse en el horizonte y esconde la cabeza en la repetición manida de recetas económicas fallidas que no nos han salvado en el pasado reciente y que prometen seguir fracasando en los próximos años. Y los ciudadanos, aterrados o inconscientes, nos lanzamos por la madriguera de conejo con la esperanza de no llegar nunca a chocar contra el riguroso fondo de esa realidad que pronto será de otros.
Pero siempre hay un hueco en el armario para comprar un vestido que nunca estrenaremos, para completar el dormitorio de los niños con otra televisión para que no nos molesten con sus cosas o para hacernos con la última consola de videojuegos con los que entretener las largas, larguísimas horas de ocio que ya no se llenan con libros, ni con juegos de mesa, ni con películas sustanciosas que nos hagan reflexionar sobre las grandes cuestiones de la humanidad: ¿Quienes somos? (Consumidores) ¿De dónde venimos? (Del centro comercial) ¿A donde vamos? (Al Mcdonald’s).
Pero siempre hay un hueco en el armario para comprar un vestido que nunca estrenaremos, para completar el dormitorio de los niños con otra televisión para que no nos molesten con sus cosas o para hacernos con la última consola de videojuegos con los que entretener las largas, larguísimas horas de ocio que ya no se llenan con libros, ni con juegos de mesa, ni con películas sustanciosas que nos hagan reflexionar sobre las grandes cuestiones de la humanidad: ¿Quienes somos? (Consumidores) ¿De dónde venimos? (Del centro comercial) ¿A donde vamos? (Al Mcdonald’s).
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