Fotografía de Víctor Ferrando
Vivimos de espaldas a la muerte, tendemos un
espeso telón alrededor de la única realidad ineludible en nuestras vidas porque
en ella nos reflejamos y la angustia que provoca su certidumbre nos hace mirar hacia otro lado.
Es extraño cómo el elogio a la vida de los
cementerios se nos ha ido olvidado hasta el extremo de haber sustituido nuestra
fe por otros estímulos como la competitividad, el consumismo o el éxito social,
tan volátiles, tan inconsistentes y a menudo tan insatisfactorios.
Parece que el ser humano huye de sí mismo
con la misma intensidad con la que cualquier animal escapa por instinto de un
peligro. Pero antes o después debe enfrentarse a esa limitación tan humana que
es el tiempo y debe mirar cara a cara el destino que a todos doblega e iguala.
Hoy he tenido que enfrentarme una vez más a
la muerte, he mirado a los ojos de los que sufrían, he escuchado esa ausencia
rechinante de palabras que ensordecen los duelos, he guardado un emocionado y
respetuoso silencio por los que se han ido y por los que tendremos que
marcharnos algún día y me he reconciliado conmigo misma y con la finitud
inevitable de mi vida.
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