Me pregunto dónde está la nueva política,
la que todos deseamos (pensemos como pensemos), la que servirá para cimentar el
futuro de España y de las generaciones que heredarán nuestros aciertos y
errores. Por ahora, y desde que todos los concurrentes a las elecciones
generales “ganaron” de un modo u otro, sólo he visto empecinamiento tanto de nuestros
políticos como de los propios ciudadanos.
Tras los comicios, estalló el escándalo
de las cabalgatas de Reyes, tema harto importante que abrió telediarios, llenó
páginas de los periódicos e invadió las redes sociales con estos y aquellos
comentarios. No es que a mí no me gusten las tradiciones, de hecho los Reyes
Magos es una de las que más me emocionan pero, sinceramente, creo que con todos
los problemas que aquejan a España éste, en ningún caso, debería de ser un asunto
que acaparase la atención de toda la prensa.
Más tarde retornó el tema de la
gobernabilidad de Cataluña, el inquietante asunto de la independencia, los
dimes y diretes, las reuniones semi secretas, los jarreos de escaños, votos y
voluntades y los inevitables comentarios que sólo sirven para radicalizar las posiciones de la opinión
pública.
Por otra parte, la política nacional,
casi un mes después de que votásemos, sigue colgando como un malabarista que se
balancease sin red sobre todos nosotros y la Casa Real no ayuda a centrar los
ánimos. Por un lado tenemos el juicio sobre el Caso Noos que nos martillea cada
día con la sucia idea de que la institución real estuvo demasiado vinculada en
toda esa trama de tráfico de influencias y negocios ilícitos; y por otro, está
la escasa diplomacia que ha demostrado Felipe VI al no recibir la visita de la
Presidente del Parlamento Catalán. Si la institución real tiene algún cometido
es el de representar a todos los españoles, a todos, opinen lo que opinen, y vengan
de donde vengan, por lo que entiendo, que en un momento tan delicado como el que
estamos viviendo, ha perdido una oportunidad de oro para demostrar su capacidad
de generar concordia (una palabra que se suele utilizar muchísimo en los
famosos discursos de Navidad, pero de la que tal vez, han olvidado el
significado). Si en algún momento un Rey
de España tendría que haber cumplido con esa función puramente protocolaria,
sin duda, era ésta. Ahora los separatistas ya tienen nuevos argumentos con los
que ensuciar la mente de los estragados por la política autonómica.
Pero no se acaba aquí la bestiario de
las incoherencias políticas: mientras el gobierno en funciones se mantiene inflexible
a pesar de las dificultades evidentes para conseguir los apoyos que le
permitirían continuar en el poder, algunos se empecinan, como niños pequeños,
en que sus grupos parlamentarios se dividan en pedazos, otros continúan
repitiendo los mismos lemas sobre “la ruptura de España”, como si siguiesen
haciendo campaña y los cuartos en discordia se apuñalan entre sí intentando
posicionarse dentro de un partido que ha perdido la conciencia de sí mismo.
Por si toda estas cosas no fuesen
suficientemente decepcionantes. Ahora descubrimos un nuevo tema de conversación:
¿Dónde se sentarán sus Señorías? Como no podía ser de otra manera ha
comenzado la pelea por el sitio favorito: Que si tú no puedes sentarte conmigo
porque me haces sombra, que si yo no quiero estar ahí porque no se me ve lo
suficiente. En fin que, francamente, me siento profundamente decepcionada
porque esperaba, (perdónenme la ingenuidad) que todos habrían comprendido la
nueva situación y serían capaces de sentarse (sin eslóganes ni frases
publicitarias) ante una mesa para poner sobre ella, en primer lugar, aquellas
cosas básicas en las que todos pueden coincidir con el fin de formular un
acuerdo marco, de mínimos, a partir del que comenzar esta nueva y atípica
legislatura que será clave para el futuro y el bienestar de todos.
Señores políticos, hace varias semanas
que se terminó el recreo. Hagan el favor de sacar de sus carteras nuevas los
estuches, los cuadernos y su mejor disposición, y póngase a trabajar de una vez, dejando de enarbolar
banderas y consignas y guardándose, donde les quepan, los comentarios
destemplados, las rabietas infantiles y la batería de descalificaciones que
para lo único que sirven es para volver a enfrentar a unos españoles a los que
ya no nos queda demasiada paciencia.
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