Andrés López (ALL Photography)
Montevideo en ti, a través de ti, parece
una ciudad dormida entre pasados, amasada por la benéfica brisa del Río de la
Plata, inventada por colonos portugueses, recuperada para España sin urgencia,
injertada de familias canarias y argentinas y tomada al asalto por los
británicos como en una novela de Stevenson.
Miro a través de las ventanas de tus
ojos los galpones dormidos, la terraza embaldosada y descosida, las librerías
apiladas de palabras viejas y húmedas, los puestos de vigilancia sonámbulos en
las comisuras de las calles, los improvisados tenderetes del mercado de las
pulgas, cansado de sí mismo y de su hartazgo, el caminar enloquecido de los
taxis, el vacío de las tardes de domingo. Y cuando conversamos por teléfono
oigo de fondo el deje cadencioso y calmo de esas voces que me recuerdan tanto a
las de los amigos y que sin embargo resuenan de otro modo, más conformista,
menos comprometido.
Tengo a través de ti una memoria clara
del perfume de las carnes a la brasa en este verano del sur, y un recuerdo de
pocitos de café como los que usaban las abuelas, y una dejadez desmayada de
omnibuses casi vacíos y un roer de la luz del río que se hace mar aunque no
quiera.
Hay en tu relato visual un rastro de la
Cuba más resignada en los coches desventrados, en las casas de belleza ajada,
en la calma quebradiza y a veces suspicaz y siempre esquiva, en las cuadras
desarmadas por la molicie del tiempo y el aliento del mar, en las marquesinas
incongruentes sobre fachadas históricas que languidecen tras reclamos de
fotocopiadoras o de cafeterías sin vida.
Monteviedo duerme un sueño canicular en
tus pupilas, un sueño que vuela sobre Quiroga y rebota en Borges, que toca los
tambores de esclavo en el carnaval y se reivindica en cantautores prolijos, que
juega a esconderse detrás de las fachadas deshilvanadas y quiere vivir en
Carrasco.
Tú no lo sabes aún, pero traerás clavado
en ti el aguijón extrañamente venenoso de esa tierra y cuando vuelvas a mirar
estas fotografías que has hecho para mí y que me han inflamado las fantasías del
alma, recordarás con anhelo incluso las cosas menos bellas; “capás es” de
rememorar los paseos sin urgencia, con los que intentaste comprender lo que ibas
descubriendo calle a calle, esquina a esquina, en el rumor de los días de ese
verano húmedo y algo despoblado que te atrajo con los sones carnosos del
carnaval y con los rituales confusamente africanos de la fiesta y te alejó con la
refractariedad de las improvisaciones sucesivas y de las concreciones
imposibles.
1 comentario:
Qué bello, Paloma.
Empar
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