Imagen tomada de "labolaweb.com"
Reconozcámoslo, la tecnología nos ayuda en nuestro día a día, facilita las gestiones y la interconexión, nos acompaña a todas partes, y, sobre todo, nos libera…
Sí, no se sorprendan, la tecnología nos libera, por ejemplo, del pudor, y nos permite compartir, democráticamente, con todos los viajeros del vagón del metro o del autobús, nuestras conversaciones más íntimas, animados por ese auditorio colorido y anónimo que parece disfrutar con los detalles de nuestras anécdotas o de nuestras discusiones sin que ni nosotros, ni ellos, caigamos irremediablemente en el engorroso sonrojo, como nos habría ocurrido años atrás.
Pero también nos desligan de la esclavitud del sexo ¿Sonríen? No deberían. Es bien sabido lo cansado que es el encuentro carnal. La cantidad de requisitos que en pos de la satisfacción de la pareja, de la moda y del propio prestigio nos obligamos a cumplir, mientras que, si en ese segundo íntimo, en ese momento concreto y sudoroso, llega un WhatsApp, uno no tiene más remedio que tomarse un respiro, remolonear del quehacer de las satisfacciones y refrescase, antes de seguir (si es que sigue) con lo que estaba haciendo. Y, en el caso de que la soledad nos abrume, para qué gastar valiosas neuronas en imaginar tórridas situaciones cuando, dándole a una tecla del ordenador, o acariciando dulcemente nuestra tableta, podemos acceder a rápidas soluciones efervescentes que comienzan y finalizan con nuestras pasiones en cuestión de minutos porque no tenemos tiempo que perder.
Y no es menos importante la labor social que cumple esta conectividad permanente que permite localizarnos en cualquier lugar del orbe en el que nos encontremos (lo deseemos o no), para salvaguardar nuestra integridad física, nuestra fidelidad matrimonial y hasta nuestra coartada (si es preciso), porque no debemos olvidar que a través de sus largos dedos escrutadores, un buen espía, un buscador avezado, una criatura de las catacumbas informáticas, podría averiguar dónde hemos comido, qué hemos regalado a nuestros hijos por su cumpleaños, cuánto nos pagan al mes, cuál es nuestra línea aérea favorita, con quién mantenemos correspondencia electrónica y qué tipo de pornografía nos estimula más.
Atrás quedó para siempre el temible riesgo de adentrarse en una aventura en solitario por las costuras del universo, sin el concurso de los teléfonos móviles, las tarjetas de crédito, los correos electrónicos, los dispositivos táctiles y la siempre imprescindible Wikipedia que nos rescata de la más absoluta ignorancia con un simple movimiento de nuestros dedos. Y, por supuesto, también quedará en el recuerdo de los más nostálgicos, la privacidad escueta de los álbumes de fotos familiares, de los vídeos viajes de bodas a lugares exóticos, de la rememoración idealizada de las noches infinitas que ahora quedan incontestablemente perpetuadas en los fondos privados de Facebook y en los apresurados comentarios de Twitter, para disgusto de muchos y profunda satisfacción de otros.
Y es que, como diría un buen germanista, cargado de cinismo, mientras dirige su mirada a través del ventanal de la historia: “La tecnología te hace libre” (¿O tal vez no?).
1 comentario:
Qué divertido y qué cierto... Empar
Publicar un comentario