Paloma Ulloa ©
Durante todo el año vivo sedienta de bosques, del verdor rumoroso que bulle a la altura del suelo rico en humus y leyendas; hambrienta de otoños tocados por la varita mágica de septentrión, que prepara la tierra para acunarla generosamente en el invierno.
Durante todo el año, el desierto terroso de los campos de Castilla me enceguece, me llena de pesadillas quijotescas y de sombras, de borrascosos conflictos infernales que se deshacen, como nudos tramposos, al llegar el verano jugoso del norte, al que me vuelvo, como siempre, en busca de paz interior y de sosiego.
Si pudiese atrapar el tiempo en una jaula dorada, abanicarlo despacio y hacerlo sólo mío, tendría la verdura bañada por el sol de estas hojas delirantes que se remueven en tonos delicados, de la base hasta la copa, desde la que pueden ver, sin duda, las alas de los ángeles.
Y cuando llegue la nieve, como un manto maternal, a dormir la tierra bajo la balsámica blancura de su voz, yo desearé estar aquí con toda mi alma y, sin embargo, estaré donde la tierra abrasada de sol tirita de frío, desprotegida y pobre; donde los sueños son más grandes que los hombres y los delirios del poder sólo llevan a romper las costuras perfectas de un país lleno de secretos de Minotauro que nos empeñamos en malograr y en devorar como fenicios sedientos de abalorios. No aunaremos las riquezas de nuestras lenguas, ni nos sentiremos orgullosos de la belleza de nuestros paisajes. No escucharemos el poder inmenso de nuestra fuerza interior y, guiados por una tripulación de piratas que no sabe cuidar nuestro legado, soportaremos un invierno más bajo las devastadoras ventiscas de una política mediocre y delirante que no tiene recursos para enderezar el rumbo y poner a salvo nuestras naves en un puerto seguro que nos permita construir nuestro propio futuro.
Durante todo el año, el desierto terroso de los campos de Castilla me enceguece, me llena de pesadillas quijotescas y de sombras, de borrascosos conflictos infernales que se deshacen, como nudos tramposos, al llegar el verano jugoso del norte, al que me vuelvo, como siempre, en busca de paz interior y de sosiego.
Si pudiese atrapar el tiempo en una jaula dorada, abanicarlo despacio y hacerlo sólo mío, tendría la verdura bañada por el sol de estas hojas delirantes que se remueven en tonos delicados, de la base hasta la copa, desde la que pueden ver, sin duda, las alas de los ángeles.
Y cuando llegue la nieve, como un manto maternal, a dormir la tierra bajo la balsámica blancura de su voz, yo desearé estar aquí con toda mi alma y, sin embargo, estaré donde la tierra abrasada de sol tirita de frío, desprotegida y pobre; donde los sueños son más grandes que los hombres y los delirios del poder sólo llevan a romper las costuras perfectas de un país lleno de secretos de Minotauro que nos empeñamos en malograr y en devorar como fenicios sedientos de abalorios. No aunaremos las riquezas de nuestras lenguas, ni nos sentiremos orgullosos de la belleza de nuestros paisajes. No escucharemos el poder inmenso de nuestra fuerza interior y, guiados por una tripulación de piratas que no sabe cuidar nuestro legado, soportaremos un invierno más bajo las devastadoras ventiscas de una política mediocre y delirante que no tiene recursos para enderezar el rumbo y poner a salvo nuestras naves en un puerto seguro que nos permita construir nuestro propio futuro.
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