Hoy el calor ha calcinado Madrid, derretida en el silencio del domingo, opresivo y enceguecedor. El bochorno ha devorado las primeras horas de la tarde y ha secuestrado a la gente en el interior de sus madrigueras protegidas por toldos, aires acondicionados y piscinas.
La ciudad parece un escenario abandonado desde la cápsula refrigerada del autobús con el que me deslizo a través del pasaje sonámbulo, salpicado de fuentes solitarias que calman la mirada sedienta de los pasajeros. En los parques, las cigarras rugen enfurecidas marchas estivales que recuerdan a otros tiempos, los de la niñez ancha, en la que no existía la prisa y los días se hacían largos y las noches misteriosas.
Con la llegada del crepúsculo muchos retornarán a sus vidas y saldrán de sus hormigueros para llenar las terrazas, deshidratados de conversaciones y de rostros amigables que les devuelvan el sentido de la realidad; mientras que otros, tal vez la mayoría, abrirán las ventanas manchadas por los resplandores vibrantes de televisiones demasiado ruidosas, que verterán sus programaciones estridentes en el territorio común de las calles, provocando en quienes pasean la ilusión de encontrarse en una sala de estar gigantesca.
La ciudad parece un escenario abandonado desde la cápsula refrigerada del autobús con el que me deslizo a través del pasaje sonámbulo, salpicado de fuentes solitarias que calman la mirada sedienta de los pasajeros. En los parques, las cigarras rugen enfurecidas marchas estivales que recuerdan a otros tiempos, los de la niñez ancha, en la que no existía la prisa y los días se hacían largos y las noches misteriosas.
Con la llegada del crepúsculo muchos retornarán a sus vidas y saldrán de sus hormigueros para llenar las terrazas, deshidratados de conversaciones y de rostros amigables que les devuelvan el sentido de la realidad; mientras que otros, tal vez la mayoría, abrirán las ventanas manchadas por los resplandores vibrantes de televisiones demasiado ruidosas, que verterán sus programaciones estridentes en el territorio común de las calles, provocando en quienes pasean la ilusión de encontrarse en una sala de estar gigantesca.
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