Por fin pasó el carnaval, se han calmado las masas de turistas apasionados por las máscaras y han llegado nuevas hordas atraídas por la belleza imposible de la ciudad lagunar.
Al amanecer, rota la bruma por las primeras barcazas, Venecia se despereza sorprendida de su propia irrealidad: Las paredes repiten los ecos húmedos de las góndolas amarradas y cubiertas de lonas, pacientes en su permanente espera, y la calle me llama con su canto de sirena.
Camino como una náufraga, dejándome acariciar por el viento helado que recorre mi rostro con los dedos ágiles de un ciego que reconoce los rasgos de un amigo; adopto el paso veneciano, ágil y rotundo, y me adentro en la madeja de soportales, puentes y pasillos, meandros verdosos que componen su geografía indescifrable.
Una cicatriz impúdica embellece una fachada de ladrillo; la saliva permanente del agua amasa el esquinazo, un día agudo, de un palacio; el viento impenitente, doblega la piedra de Istria de un capitel, reesculpiéndolo de nuevo. Venecia se apodera de mi voluntad, me manipula y me envuelve, se burla de mi sorpresa silenciosa, de mi amor confeso, de mi admiración profunda: Vuelvo la mirada atrás y descubro un detalle nuevo, un torneado nunca visto, una ojiva sin registrar en mi memoria, y comprendo desolada cuántas cosas guarda aún para mí esta "señora del Adriático", cuántos guiños me esconde y qué pocos secretos me desvela.
Al amanecer, rota la bruma por las primeras barcazas, Venecia se despereza sorprendida de su propia irrealidad: Las paredes repiten los ecos húmedos de las góndolas amarradas y cubiertas de lonas, pacientes en su permanente espera, y la calle me llama con su canto de sirena.
Camino como una náufraga, dejándome acariciar por el viento helado que recorre mi rostro con los dedos ágiles de un ciego que reconoce los rasgos de un amigo; adopto el paso veneciano, ágil y rotundo, y me adentro en la madeja de soportales, puentes y pasillos, meandros verdosos que componen su geografía indescifrable.
Una cicatriz impúdica embellece una fachada de ladrillo; la saliva permanente del agua amasa el esquinazo, un día agudo, de un palacio; el viento impenitente, doblega la piedra de Istria de un capitel, reesculpiéndolo de nuevo. Venecia se apodera de mi voluntad, me manipula y me envuelve, se burla de mi sorpresa silenciosa, de mi amor confeso, de mi admiración profunda: Vuelvo la mirada atrás y descubro un detalle nuevo, un torneado nunca visto, una ojiva sin registrar en mi memoria, y comprendo desolada cuántas cosas guarda aún para mí esta "señora del Adriático", cuántos guiños me esconde y qué pocos secretos me desvela.
2 comentarios:
Decía mi abuelo que, en las épocas de sequía y en verano, "Venecia es una bellísima mujer con halitosis".
Estamos acostumbrados a esa ciudad de palacios flotantes y cuadros de Turner, de máscaras y oropeles, de cine y famosos, de nuevos turistas y viejos cristales... Pero tu Venecia es siempre hermosa y tierna, familiar y cotidiana. Gracias por compartirla con nosotrso para que podamos mirarla de otra manera. (Cristina Divina)
Con estos aperitivos, mi impaciencia por que llegue el cuaderno de viaje de Venecia es aún mayor.
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