lunes, 6 de julio de 2009

SENTIR

Sorolla. Niños en la playa

Ya van quedando más cerca las horas felices de las vacaciones, la anchura de los días en los que lo único que se tiene que hacer es SENTIR: Sentir el latido de la tarde roja y redonda, mordiéndose el horizonte; sentir la sorpresa por el redescubrimiento de los lugares comunes, sentir la calma, holgada, de las horas sin rutinas, sentir esos ojos grandes que se abren hacia el exterior para devorarlo todo, para contenerlo todo en el fondo de la memoria, como quien llena una despensa de la que se irá alimentando durante todo el invierno.

Ahora es cuando se abren los libros y uno se deja empapar hasta el tuétano por el oleaje impreso de las palabras, cuando se alargan las conversaciones mecidas por la brisa, hasta bien entrada la madrugada, cuando se tiene la sensación de que somos capaces de todo y comprendemos, en toda su extensión, el milagro increíble que es la vida...

Llegan las horas tranquilas en las que se comienza a tejer un diario y se preparan los buenos propósitos para la siguiente temporada que, casi irremediablemente, se revalidarán con el final del año, al otro lado de la Navidad. Y llega el momento lúcido en el que nos encontramos a solas, desnudos ante nosotros mismos, frente a un espejo revelador que nos coloca en la dimensión vertiginosa de la minúscula realidad del ser…

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