Leer en voz alta tu obra delante del público tiene algo de de catarsis, porque el texto fluye armonioso (o así lo deseamos) y las palabras van creciendo ante los oyentes hasta construir un escenario en movimiento a través del pensamiento del autor.
Y es que escribir es como una enfermedad: si no puedes hacerlo se te encaja una pena miserable en el alma y, si lo haces, vives siempre en la zozobra de sentir que nunca estás a la altura de tus expectativas. Por eso, los rostros de desilusión, de alegría o, con suerte, de entusiasmo, de los oyentes, son la prueba inconfundible del éxito o del fracaso del narrador. Por eso, sólo con los lectores delante, se pude saber la verdad con mayúsculas, esa que da tanto miedo provoca…
Yo, por mi parte, sólo puedo agradecer la oportunidad que me brindó el jueves pasado, día del libro, la Librería La Clandestina, para encontrarme cara a cara con mis lectores. El encuentro fue muy gratificante y me llenó de energía.
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