domingo, 23 de septiembre de 2018

Diario para el olvido. Día 43

21 de septiembre de 2018

Hoy he decidido seguir la estela de la noche mercenaria, oler las pieles usadas, acariciar su carne tumefacta, repetir los ritmos marinos e insidiosos- tal vez por última vez - que nos saltan del vientre. La calle cálida se resentía de paseos clandestinos. Los cuerpos se ofrecían, jóvenes o viejos, mórbidos o firmes, en las esquinas, seguidos de cerca por las miradas torvas  de hombres invisibles. Y ahí estaba ella, abrigada por las estrellas de la química que navegaba por su sangre y la mantenían en pie, anestesiada y frágil, sobre sus tacones imposibles. La miré despacio, como se mira un producto en el mercado, antes de decidirse a comprarla y por fin me adelanté y le hablé. Ella solo contestó a media voz una cifra irrisoria por poseer su juventud maltratada y nos fuimos calle abajo hasta una pisito mínimo y sucio donde Ella se bajó la blusa y se subió la falda triste ante la cama taciturna ofreciéndose en un sacrificio cósmico mil veces repetido; y yo sentí como mi alma se encogía y mi cuerpo se burlaba de mis estúpidas pretensiones de viejo moribundo. 
Hurgué en mi cartera y dejé algunos billetes sobre la cama deshecha. Bajé la escalera oscura con la náusea apretada en la garganta en un nudo entre la vergüenza y el asco. 
Apreté el paso entre la gente. No se me escapó la mirada burlona y negra de uno de esos hombres invisibles que rondan a las putas y corrí hasta aquí, hasta mi ventana de farero para recuperarme de la infamia.


G.M.

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