martes, 31 de julio de 2018

Diario para el olvido. Día 8

30 de julio de 2018

He revuelto desesperadamente todos los cajones, las cajas y los anaqueles de mi biblioteca para encontrar otro cuadernillo escolar hasta encontrar éste.

Tiene algunas páginas nerviosamente garabateadas, pero parecía estar esperándome sepultado en el interior de un libro de consulta sobre el arte prerománico en España. Era uno de esos cuadernos que desfloraba con pasión en el inicio de cualquier proyecto que, por supuesto, jamás llegaba a buen término.

En cuanto lo he visto me he tirado sobre él como un sediento decidido a describir a los náufragos que recorren la ciudad semi desierta ahora que los veraneantes dejan hueco a los que solo salen cuando los demás no están.

He recorrido las callejas más conflictivas y he visto que hasta los carteristas se turnan en el descanso estival y dejan a los turistas felices, paseando en ropa de playa por una ciudad que tiene la costa más cercana a más de trescientos kilómetros.

Sonrío, si, sonrió por primera vez después de mucho tiempo porque puedo decir todo lo que quiero, puedo bromear conmigo mismo, puedo divertirme ironizando sin miedo, puedo describir a los demás tal y como los veo, sin ocultarme, sin maquillar mis palabras para no ser reprimido.
G.M.

lunes, 30 de julio de 2018

Diario para el olvido. Día 7




29 de junio de 2018

Anoto cosas absurdas en este cuaderno, cosas insustanciales que no le interesan a nadie, ni siquiera a mí y, aun así, me estoy acostumbrando a tenerlo cerca. Me relaja saber que puedo lamentarme sobre sus páginas o dar fe de cualquier cosa, de cualquier sentimiento o reflexión que, de otra manera, se perdería para siempre.
Es extraña la compañía que puede hacer un simple cuaderno escolar, insulso, descolorido, viejo. Mi nuevo amigo, mi perro fiel que no requiere atención, ni cuidados, ni caricias. Me vierto en él, a veces melancólico, a veces cínico, según mi mente se levanta cada día, y me vacío, sin miedo a que otros puedan leerlo, a que me juzguen, porque no espero sobrevivirme en ellos. ¿Quién podría interesarse por lo que escribo? Cuando alguien vacíe este piso minúsculo, lleno de fantasmas, venderá al peso todos estos libros polvorientos que construyen los muros de mi refugio anónimo.

La vida es tan extraña. Me encadeno a este cuaderno olvidado justo ahora que pensé que nunca más lo intentaría, que jamás volvería a levantar el bolígrafo para escribir siquiera un párrafo; justo ahora que ya no me importa nada, ni la literatura, ni el éxito, ni las ventas, ni la misma vida y, sin embargo, alargo artificialmente cada idea para demorarme un instante más, una línea más, antes de separarme del humilde papel pautado que ya me obliga a apretar la letra para no consumirlo demasiado pronto, para no verme obligado a pensar en sustituirlo por otro, menos dócil, menos viejo, menos afín.
G.M.

Diario para el olvido. Día 6

 

28 de julio de 2018

 
Calor. Las persianas bajadas, el silencio sofocante del verano detiene el tiempo en una burbuja insoportable. La calle arde y yo me remuevo sobre la sábana, suavemente azotado por el aire del ventilador que rumia, lentamente, la misma sinfonía mecánica. En la radio flota una voz insustancial. Contenidos de verano, charlas repetidas, martilleantes, que me hacen compañía y me acunan entre el sueño y la vigilia. La ciudad deforme se abomba al otro lado de las ventanas ciegas, construyendo espejismos que nadie puede ver excepto yo, que me asomo y para contemplar a la feroz bestia que abrasa y destruye todo lo que toca, con sus fauces del infierno. O tal vez no la veo, tal vez es solo la prolongación de este sueño inquieto que provoca la siesta cuando el cuerpo y la mente, reventados por el agotamiento, se adentran en el mundo incomprensible de uno mismo.
Calor. Las persianas bajadas no dejan pasar el aire y me asfixio a fuego lento entre alucinaciones bosquianas que me aterran y me atraen al mismo tiempo.
 
G.M.

sábado, 28 de julio de 2018

Diario para el olvido. Día 5





27 de julio de 2018

El cuerpo me traiciona. El vientre que se refleja en el espejo de mi cuarto cada mañana me resulta ajeno, laxo y abombado como una almohada reventada. No me siento identificado con esa figura chaparra y encogida que me observa con rencor desde el alumbre distorsionado.
No hay tregua ni dentro ni fuera de mi. Mi cabeza trabaja y se retuerce, me enfrenta a las cosas que no quiero ver, me obliga a seguir viviendo.
El mundo que me rodea es como yo: grotesco y vacuo. Al salir esta mañana del portal he encontrado una pequeña torre de vasos de plástico apilados, medio llenos, medio vacíos, quién sabe. La acera olía a orines, unos manchones densos, de vomito, salpicaban la pared de enfrente. No puedo, no quiero seguir. Me pesan los años acumulados de decepciones, me pesa el convencimiento de que nada de lo que yo pueda hacer mejorará las cosas.
¿Soy viejo? Posiblemente si, pero sobre todo me siento vencido.
A través de la ventana veo el último eclipse lunar. Aún durará unos minutos más. Me parece tan arrogante el hombre, viviendo sus miserias inconfesables como si realmente fuese el centro del universo. Pero en realidad solo somos unas criaturas deleznables que habitan un pequeño globo, una bola de Navidad flotando en precario equilibrio en mitad del universo.
Es hermosa esta luna, pero una franja de luz ya comienza a devorarla y la ensoñación infernal se retira lentamente para devolvernos a la ficción de normalidad en la que dormitamos siempre.


G.M.

jueves, 26 de julio de 2018

Diario para el olvido. Día 4


26 de julio de 2018

Todas las distopías que el hombre ha imaginado, filmado o escrito ya están aquí. Admitimos la llegada del desastre como quien acepta que todas las noches el sol se pondrá y volverá a salir al día siguiente.
La inteligencia es cada día menos inteligente y más artificial. Los amigos ya no se ven, ni hablan, se "whatsappean". Los líderes megalómanos se están apoderando de todo mientras los ciudadanos miramos hacia otro lado y los dejamos hacer. A veces incluso jaleamos sus ocurrencias bárbaras con una pobreza de conocimientos y de léxico que paralizan el pensamiento.
En el bus escucho a cuarentones bien vestidos que se columpian en “muletillas verbales” sin sentido: “Eso es lo que yo digo, tío. Es la puta hostia, macho. No jodas.” Y éstos son los individuos que dirigen el mundo, los que deciden quien sube y quién baja.
Estas reflexiones son suicidas. No sé si seguiré escribiendo. A fin de cuentas no sirven para nada.

G.M.

miércoles, 25 de julio de 2018

Diario para el olvido. Día 3


25 de julio de 2018

Esta mañana, en el bar en el que suelo desayunar, me ha alcanzado una lucidez lacerante: Al fondo una voz impersonal iba destruyendo noticias tras un carrusel de imágenes en bucle. La salmodia evangelizaba, traducía, guiaba dulcemente al rebaño ruidoso que se despertaba entre los golpes de la loza y el rabioso escándalo de la máquina tragaperras que ya retenía  a su primera víctima y la exprimía a fondo. 

Al salir, apestando a café y a desidia, me tropecé con un trío incongruente que, apostado tras grandes paneles bíblicos, vendía la salvación eterna con una sonrisa beatífica e irritante. Me detuve un segundo a observarlos: desplegaban toda su suficiencia contra aquellos que pasaban por delante sin mirarlos, pobres pecadores, seres inferiores que no serían salvados de la muerte eterna. Pecadores como yo que me aferro tercamente a esta vida imperfecta, cínica y hasta grotesca, con el convencimiento de que más allá sólo queda el olvido y la nada.

La ciudad es un hormiguero inescrutable y yo solo soy otro insecto invisible y fácil de aplastar. Pero al menos aún conservo la conciencia de mí mismo, aunque no sé por cuánto tiempo.
G.M.

martes, 24 de julio de 2018

Diario para el olvido. Dia 2

 
 
24 de julio de 2018

Vadeo la madrugada como un ladrón. Corro por las calles desiertas, algo frescas aún, antes de sumergirme en el metro, donde la gente vegeta amamantándose de las pantallas de sus teléfonos móviles; donde las criaturas bípedas nos movemos impulsadas por el ritmo inaudible de la reina del hormiguero que hace vibrar las finas alas de la ambición y el deseo junto a nuestros oídos.
Alguien duerme con la cabeza pendulante en una esquina mientras otro, inesperadamente, saca un objeto envejecido de un bolsillo, se acomoda en el asiento y abre un libro de páginas crujientes, amarillentas de manos y de polvo; y me quedo observándole con una mirada agradecida, casi húmeda, y una sonrisa aprobadora en los labios delatores.
¿Será esto que aún queda esperanza?

G.M.

lunes, 23 de julio de 2018

Diario para el olvido. Día 1


23 de julio de 2018

No sé cómo comenzar un diario. Nunca he escrito uno. Hay demasiadas cosas minúsculas e imprecisas que me ocurren o que se me pasan por la cabeza como para poder anotarlas todas. Además escribir un diario requiere de una constancia de la que yo carezco por completo y de una sinceridad brutal con uno mismo que no estoy seguro de poder tolerar. Así que descerrajo sin mucha esperanza este viejo cuaderno con el convencimiento de que mis reflexiones y, aún más, mis confesiones, no lograrán ensuciar más que dos o tres páginas antes de quedar olvidadas para siempre en algún cajón. Pero ¿qué otra aventura podría comenzar en una tarde de canícula del mes de julio, cuando el sopor aplasta Madrid con su puño incandescente? ¿Qué otra forma podría encontrar para ahuyentar este aburrimiento corrosivo que me produce la gente, el arte y esa literatura pirotécnica que todo lo inunda y lo envenena con riadas de palabras intrascendentes que tan pronto como se cierra el libro se olvidan para siempre?

Si. En este Madrid que brama de viejas modernidades obsoletas, que acoge turistas desorientados que no saben por qué han terminado aquí, que condensa arribistas, nuevos ricos, “buenrollistas” de carnet y enmascarados varios, tal vez sea un buen momento para vomitarse en un diario.

G.M.