jueves, 24 de febrero de 2022

Rusia ataca a Ucrania


Rusia ataca a Ucrania. Pienso en los niños aterrados. En los ancianos escondidos en refugios. En la gente lanzada, en apenas unas horas, a la locura de las armas. Pero sobre todo pienso en las mujeres. Las que lucharán también. Las que abrazarán a sus hijos para intentar protegerlos. Las que soportarán, si el conflicto avanza, el horror de ser objetivo de guerra, como lo fueron las mujeres berlinesas tras la ocupación rusa al final de la Segunda Guerra Mundial.
 

Aterra pensar con qué facilidad la paz y la rutina se volatilizan. Cómo el ser humano es capaz de normalizar el horror. Cómo los ciudadanos bien pensantes podemos contemplar, a través de nuestros televisores, el bombardeo que reduce a cenizas una ciudad y a sus habitantes, mientras consumimos una sopa a la hora de cenar.

lunes, 21 de febrero de 2022

No llueve


No llueve. Un sol primaveral relame España. La tierra agrietada pulveriza la esperanza. Las terrazas cosechan turistas sonrientes. 

No llueve. Los pantanos se desangran. La primavera corre sobre nidos de cigüeñas despistadas. Las mañanas heladoras se desnudan en noches templadas que invitan al paseo y alejan el miedo a la sequía. Ya no queremos sufrir más. No queremos pensar más.

No llueve. Abro el grifo solo un poco. Abrevio los programas de la lavadora. Cronometro mis duchas. El cielo ya no llora su bálsamo de vida.

No llueve. La contaminación sobre Madrid es una boina dorada que envenena en silencio y filtra atardeceres ruborosos cargados de presagios.

No llueve. Mañana el sol saldrá sobre la tierra desarmada y jugará con nuestro ego a calmar esta ansiedad de mascarillas, contagios, confinamientos y muerte.

No llueve.

domingo, 20 de febrero de 2022

“La magia de lo común”, Araceli Esteves


 

“La magia de lo común”, de Araceli Esteves esconde, entre sus renglones, finales sorprendentes - a veces brutales, a veces hilarantes - que nunca dejan indiferente al lector. Surrealistas, poéticos, crueles, habitantes fronterizos entre realidades, sus personajes fluyen, se camuflan, conmueven y asombran. Admiten “la certeza de vivir una vida equivocada”; “Se sientan y ven el mundo pasar como si fuera una sábana tendida”; “heredan pesadillas”; “desordenan las letras de los libros” y “rozan potenciadores de asombro”.


“La magia de lo común”, Araceli Esteves

Talentura Libros


TALENTURA Libros, Araceli Esteves Castro

viernes, 11 de febrero de 2022

La lluvia no llega

 


Los pantanos españoles están secos. La lluvia no llega. Los piratas de las eléctricas los vaciaron, casi hasta las heces, durante el verano. 

El litio será el próximo “Santo Grial”.  Se abrirán las trincheras. Se afilarán las espadas de la ambición. Correrá la sangre.

Tenemos tanto miedo a perder que nos estamos quedando sin nada. La libertad cuesta dinero. Ya casi nadie es libre.

Putin ha tendido la alfombra roja para que pasen por ella todos aquellos que deseen alabarle, rogarle o intentar negociar. Deslumbrados por los dorados salones del Kremlin, sus visitantes parpadean admirados o asustados o confusos.

España sigue padeciendo la esclerotizada política electoral en la que vivimos sumidos desde hace demasiado tiempo. 

Gran Bretaña soporta estoicamente la vergüenza de tener a un primer ministro que se comporta como un títere de Barrio Sésamo.

Los adolescentes no quieren usar condón. Ven mucho porno pero no saben nada sobre sexo.

Hacemos estudios de mercado gratuitamente. Facilitamos nuestra información cuando usamos tarjetas bancarias, cuando damos nuestro código postal al pagar en una tienda, cuando aceptamos las cookies al ingresar en una página web. ¿Quién usa todos esos datos y para qué?

Ya casi nadie es libre. Dejamos a nuestra espalda un rastro digital que nos define y nos señala.

Lo que hoy parece un presente y un futuro previsibles tal vez mañana no sea nada.

Los pantanos están secos. La lluvia no llega.

jueves, 10 de febrero de 2022

Una aventura bancaria en el “distópico” Madrid de entre pandemias

 



Entro en mi sucursal bancaria. La cajera viene corriendo hacia mi, que soy la última de una larga fila, y me entrega un post-it. “Usted es la última. Si viene alguien más le dice que la caja ya está cerrada”. No sabía que lo de trabajar para el banco fuese tan literal. 

La fila avanza muy lentamente. Varias de las mesas de la enorme sala están vacías. No sé si habrán comenzado los despidos o si los ausentes estarán de baja por ansiedad o por COVID; aunque quizá simplemente se hayan ido a tomar un café o a hacer la compra. 

Junto a otro escritorio dos empleadas charlan relajadamente de sus cosas. Una de las clientas de la fila se acerca a ellas y pregunta si la pueden ayudar: “Lo siento. Sin cita no podemos atenderos. Son las normas. Espera la cola. La cajera te atenderá”. Y continúan con su conversación intrascendente. 

Paciencia. Las grandes entidades financieras están decididas a domesticarnos. En vez de los Evangelios nos leen el catecismo ultraliberal. Los templos de las Finanzas se elevan hacia los cielos con su carne de mármol, acero y cristal para mayor gloria del capital. Amén.

Entre tanto la gente se entretiene conectándose a su teléfono móvil. Unos miran Facebook. Otros comprueban su correo electrónico. Otros, simplemente, revisan sus WhatsApp. Yo escribo estas notas, furiosa e impotente. De fondo se siente el claqueteo analógico de los sellos de caucho. 

Algunos de los empleados de las mesas fantasma regresan a sus puestos dejando a su paso un olor a café y unas miradas avergonzadas y esquivas.

La cajera suda tinta china detrás de la mampara. Desde aquí es imposible saber si es eficiente, pero es la única que parece hacer algo productivo. Los demás susurran al teléfono como si estuviesen en un confesionario o entretienen sus horas en el laberinto informático.

Inesperadamente se rompe la calma monacal. Una señora, de una cierta edad, irrumpe, desesperada, porque el cajero automático se ha “tragado” su tarjeta.  “Pues póngase a la cola que hasta que la cajera no termine con las ocho personas que tiene delante nadie podrá salvarla de su angustia”. “Pero ¿y si alguien manipula el cajero y se lleva mi tarjeta?”. “Señora, esas cosas no pasan. Los cajeros son muy seguros.” La pobre mujer obedece a regañadientes y reza sus quejas en voz baja a mis espaldas. Afortunadamente no he tenido que enseñarle el post-It arrugado que me ha dejado la cajera como quien le guarda la vez a una parroquiana en la carnicería.

Y estando en esta tesitura tan absurda me da por pensar que una buena parte de estos empleados aplicados y obedientes estarán en breve engrosando las listas del paro para que los directivos puedan seguir cobrando sus sueldos (literalmente) millonarios. Y usted pensando que su dinero es suyo. Qué equivocado está. Ahora tiene que firmar una declaración de actividades económicas, como si fuese un gánster bajo sospecha; y un documento de aceptación para cumplir con la Ley de Protección de Datos - que no servirá para protegerle en absoluto-; y una declaración que acredite su residencia fiscal. Y, si aún así, la entidad tiene alguna sospecha, puede bloquearle la cuenta.

En fin, ya va quedando menos. Hemos perdido la dignidad y la paciencia en la espera, pero si logramos salir por la puerta de este templo con nuestro problema resuelto, nos encomendaremos a los cielos y lo olvidaremos todo. ¿Será que esos viejos titiriteros anónimos, con sus trajes  grises y sus condescendientes sonrisas,  están manejando otra vez los frágiles hilos de nuestras vidas?

martes, 1 de febrero de 2022

Lectores

Desde Madrid, Venecia, Barcelona y Berlin me han ido llegando, a lo largo de estos meses, las  fotografías de los lectores de “El hierro de tu piel”. Gracias a todos.