martes, 24 de noviembre de 2015

Confusa ante esta guerra



Estoy confusa. Vivo convencida de que estamos asistiendo a la Tercera Guerra Mundial contra un estado que “no existe” y que se enfrenta a nosotros con guerrillas suicidas que nos golpean por cualquier flanco sin que seamos capaces de defendernos.

Contemplo totalmente sobrecogida la impotencia de Bélgica, tomada por el ejército, convertida en el supermercado armamentístico de Europa y sorprendida de ser un nido de integristas que van y vienen de Siria como quien se da un paseo por el parque. 

Estoy tan confusa que yo misma me debato entre el convencimiento de que más bombardeos sobre ese “Estado Islámico” sólo sirven para crear más extremismo y para masacrar a una población civil que malvive colonizada por fanáticos y amenazada por los no menos fanáticos “liberadores occidentales”; y el miedo que me lleva a pensar que no nos podemos quedar de brazos cruzados mientras el terror amenaza nuestra supervivencia con más virulencia cada día.

Pero lo que más me revuelve es que, en medio del terremoto emocional que han supuesto los últimos atentados de París, la Unión Europea parece retorcerse en su propia impotencia, incapaz de dar un mensaje único e inequívoco: Francia exige ayuda militar, Alemania se esconde en un silencio incomprensible, Bélgica gira sobre sí misma como un perro intentando cazarse la cola y España sobrevive en la indefinición electoral, para evitar que un mal paso pueda hacer volar los votos en la dirección equivocada. Si a todo esto le añadimos el papel de superhéroe que se está arrogando Putin y el poder que los aterrados países europeos le estamos dando al reyezuelo turco para evitar que los molestos refugiados sirios lleguen hasta nuestras fronteras, parece que nos encontremos ante un vodevil de tercera categoría en el que los actores no se saben su papel y el maquillaje no cubre bien la barba de la primera actriz.


viernes, 6 de noviembre de 2015

El temblor chino



Ya se ha comenzado a hablar sobre un posible derrumbe de China. Un pinchazo de la burbuja económica del gigante asiático podría arrastrar a todo el planeta, llevarlo de nuevo a la recesión o hasta al colapso financiero. Pero aunque las nubes de tormenta empiezan a ser visibles para algunos, parece que nadie está dispuesto a tomar medidas preventivas que nos protejan tanto si los augurios de desplome se producen como si, monopolistas casi absolutos de la producción, los chinos decidiesen extorsionar al “mercado” con un cambio de rumbo de sus políticas mercantiles.

Yo no soy una voz relevante, ni probablemente tenga todos los elementos de juicio necesarios para concluir que esos rumores son sólidos y, sin embargo, creo que estamos despilfarrando tiempo y fortunas en intentar prolongar un presente que hace décadas que se reveló insostenible, en vez de idear y construir un futuro capaz de contenernos a todos; en vez de producir un nuevo tejido industrial (ya que el que teníamos lo abandonamos en favor de producciones más baratas y menos justas que a la larga nos han empobrecido); en vez de encontrar nuevos sistemas industriales más ecológicos y mejores.

En un país como España, en el que el talento y la capacidad de trabajo son parte de nuestro ADN como se ha demostrado por la inmensa cantidad de creadores, científicos e investigadores que exportamos cada año, en una nación que posee algunas de las fortunas más importantes del planeta, me niego a creer que no seamos capaces de proponer nuevos modelos de vida, nuevas ciudades en el extenso terreno baldío del que disponemos, en las que las nuevas tecnologías, la industria, la ecología y la economía sean capaces de convivir, sin convertirse en sistemas predadores como los que, hasta ahora, hemos explotado.

Es cierto que para lograr un objetivo tan ambicioso se necesita savia nueva en los gobiernos para que no estén contaminados por el clientelismo, por la apatía, por la rutina y que tengan el talento suficiente para aunar economía sostenible, tecnología, visión de futuro y capacidad de riesgo, que tengan el arrojo de negociar tanto con las grandes fortunas, los empresarios, los emprendedores, los banqueros, como con los científicos, los investigadores, los desarrolladores de ideas.

No es descabellado creer que el trabajo en equipo, los beneficios fiscales y el manejo de los fondos europeos se utilicen, por una vez, para sembrar la semilla del futuro en vez de para que algunos, mediocres pero avaros, se enriquezcan a costa de empobrecer los bolsillos y el porvenir de sus pueblos. Necesitamos nuevos gestores capaces de soñar y a la vez de mantener los pies en la tierra. Necesitamos gente que no desee continuar la senda y que tenga la energía y la inteligencia necesarias para abrir caminos nuevos. Necesitamos personas capaces de adelantarse a los acontecimientos que se avecinan como el agravamiento de los problemas medioambientales, la superpoblación mundial, la guerra energética, el terrorismo o las mareas migratorias y cuyas propuestas no estén constreñidas por los intereses de los grandes poderes en la sombra. Necesitamos, en definitiva, dirigentes dispuestos a dialogar y a crear gobiernos multidisciplinares y multipartidistas en los que prime el interés común sobre el egoísmo de patas cortas al que estamos acostumbrados.

No se si China se romperá en mil pedazos como consecuencia de una crisis económica, o de una crisis política que lo disuelva en una miríada de estados, pero lo que si se es que el actual equilibrio es quebradizo y que en las manos de todos está rehacer los cimientos del porvenir antes de que se nos derrumbe encima el presente dejándonos en la más absoluta indefensión como consecuencia de la ineptitud interesada de unos pocos.