lunes, 22 de octubre de 2018

Diario para el olvido. Día 50

3 de octubre de 2018

Sobre mi tiempo diluído hay poco que decir, tal vez por eso he venido a verlo a él, inmenso en su totalidad, en la plenitud de su subconsciente atrofiado por una religiosidad enfangada de medievalismo, de miedo a Dios y al infierno, pero también tentadora en la desnudez y la narrativa de esos cuerpos entrelazados en el frenesí del pecado, el arrepentimiento y la muerte. El Bosco se abre en canal y cauteriza mi miedo con ese talento corrosivo tan meticuloso que me mantiene atento a los pequeños detalles del "Jardín de las Delicias". Me gustaría poder morir entretenido en su  contemplación, ajeno al dolor y al reloj. 

Una jirafa infantil se acerca a una fuente priápica en cuya base una lechuza contempla asombrada la escena como si presintiese la pérdida definitiva del paraíso. Del otro lado, el infierno describe monstruosidades, aberraciones animales y humanas, quimeras grotescas, fuego y dolor, almas incandescentes, criaturas arbóreas, cóncavas, que se giran para contemplar a los seres que contiene en su interior, barcos que zozobran, nalgas que defecan monedas de oro, bestias aladas que devoran hombres. Y en el centro, el paraíso imaginado, casi renacentista, enaltecedor del goce de la vida. Pero es el lugar de los elegidos, donde el que la desnudez es una don divino, en el que hombres y animales disfrutan en libertad. Una pareja se acaricia aislada en una burbuja, un hombre blanco y una mujer negra se besan, un muchacho es alimentado por una ave que entrega en su pico una fruta del bosque. La comida es un regalo que no requiere trabajo. El cielo es azul, el agua purifica, la ingenuidad deliciosa de la infancia invade la escena, calma la conciencia, incita a la fabulación.

Sí, podría morir mirando este hermoso tríptico. Pero los vigilantes del museo se impacientan. Tal vez llevo demasiado tiempo sentado aquí, con mi rostro abotargado y mi respiración entrecortada. Así que me levanto y salgo por la puerta lateral, volviendo de vez en cuando la vista atrás, para volver a mirarlo, apenas de soslayo, como si quisiera despedirme definitivamente de él, porque sé que él sobrevivirá durante siglos y a mí me quedan apenas unos meses de vida y de mi pasión por sus trazos y por sus narraciones no quedará nada, como apenas queda nada del paso de tantos estudiosos que lo admiraron, lo analizaron y lo estudiaron mucho antes que yo. 

G. M.

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