domingo, 18 de febrero de 2018

Encuentro




Lleva unos zapatos humildes, como los míos; demasiado gastados como para que el betún pueda ya protegerlos de la humillación del deterioro. Pero la mirada de su propietaria es limpia, infantil; una de esas miradas que conectan inmediatamente, que se llenan de estrellas con cualquier palabra amable, que vuela hacia los paisajes del recuerdo más íntimo con facilidad.

Lo nuestro es un coincidencia rápida. Una refriega de metro sin memoria, una sonrisa fugaz, un agradecimiento sin palabras. Pero su recuerdo quedará prendido para siempre en estas palabras cuando mi cabeza humana, poco fiable, la haya borrado para siempre.

Ahora la retengo un poco más. Miro el contorno algo indefinido de su mandíbula que delata una edad mayor de la que podría parecer a simple vista. Y las finas líneas de las comisuras de sus ojos, que ahora evidencian mucha vida pasada. 

Tal vez algún día su cabello breve fue negro, pero los ríos de plata le entresacan pasados y las arqueadas líneas en los márgenes de sus labios hablan de dolor, de decepción y de pérdida.

El tren se detiene. Ella me dedica una mirada comprensiva, un adiós mudo. Recoge una bolsa de plástico informe de entre sus pies cansados y se va para siempre, devorada por el tráfago de una estación sin nombre.

Paloma Ulloa

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