lunes, 21 de diciembre de 2015

Extraño otoño



Qué otoño tan extraño, demasiado cálido, demasiado contaminado. Alrededor de los árboles que aún no han abandonado del todo su pelaje, sobrevuela una neblina sucia y dorada como una trampa, y el horizonte ha perdido su azulino resplandor y se ha vuelto ocre y denso, abrazado por un manto de arena.

Va llegando la Navidad y, en cambio, el aire huele a primavera, las terrazas se llenan de palabras, los pájaros revolotean inquietos en los alféizares soleados y las luces de estas fiestas titilan somnolientas como si las hubieran dejado olvidadas, prendidas sobre el mes de abril.

Es un otoño ajeno, lleno de paseos y de gente enardecida por las últimas compras y las últimas noticias que han quedado colgando de una indefinición gomosos y desconcertada.


Madrid otoñea primaveralmente despertando asombro en los turistas y cansancio en los vecinos que se quejan de la falta de lluvia y de viento, de las alergias, de la sequía y de la política en la misma conversación repetida una y mil veces en los portales, en los ascensores, en los bares y en los parques.

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