domingo, 11 de mayo de 2014

Felicidades mamás



Gustav Klimt

Ser madre es algo maravillosos, algo que te cambia la vida para siempre y que te descubre matices de ti misma que jamás creíste poseer.

Y es que la maternidad viene con un equipo completo de supervivencia que, en cuanto se activa, desarrolla en tu interior un instinto ancestral que te mantiene alerta en torno al recién nacido y te permite identificar sus más mínimos gestos traduciendo inmediatamente al lenguaje materno sus necesidades y, de esa forma, logras alcanzar la velocidad de la luz mientras cambias pañales pestilentes con una sonrisa tranquilizadora a la vez que cantas una nana, preparas un biberón y proteges su culito con una crema pastosa y pegajosa que parece sacada de una película de terror.

Pero la equipación para la mamá moderna, también lleva incluido un traductor  2.0 que permite distinguir de forma inmediata entre los 745 tipos distintos de llanto que emite tu bebé dependiendo de si tiene dolor, hambre, calor o gases. Y un despertador biológico que te levanta de la cama exactamente treinta segundos antes de que tu hijo se despierte llorando de hambre a las tres de la madrugada. Así como un “mamá automático” que se pone en marcha a toda velocidad para ofrecer al pequeño el seno o un biberón, mientras tú das cabezadas, sentada en cualquier parte de la casa: el piso, el sofá, la cama, o una silla de la cocina, que a esas alturas, lo mismo te da.

Por si todo lo anterior fuese poco, en esos momentos delicados en los que la responsabilidad de haber traído a un hijo a este mundo y en el que las hormonas bailan la Samba en tu torrente sanguíneo haciéndote sentir a veces la mujer más feliz del mundo y otras la más desdichada, se pone en marcha la función “futbol” con la que regatearás con soltura las invectivas de tu madre y de tu suegra, y la comparación genética de la especie en relación con los rasgos innegables que enlazan a tu hijo con tu marido, con tu padre,  con la abuela Cornelia, con el bisabuelo Frígido que era muy guapo pero que murió de una pulmonía allá por el invierno de 1960, y hasta con el repartidor de pizzas que de tu barrio.

Pero a pesar de la alta tecnología del equipo de supervivencia de madres, habrá algunos días en los que a pesar de haber logrado descansar seis horas seguidas (porque tu esposo se ha apiadado de ti y le ha dado el biberón nocturno al cachorrillo), cuando te mires al espejo seguirás viendo a una mujer con el pelo enmarañado, las ojeras moradas y salientes, la boca descompuesta y pastosa, como si acabase de volver de una noche loca y no tuviese muy claro si se encuentra en la tierra o en un planeta muy, muy lejano. Y es entonces cuando recuerdas lo que te dicen tus amigas, tus hermanas, tu madre y hasta tu suegra: Hija, luego todo eso se olvida y te quedas con lo bonito de ser madre”. Pero tú piensas “¿Es que no me lo podían haber dicho antes? No, claro, se les olvidó.”

Pero tú eres una madre, y las madres son capaces de salir victoriosas de cualquier combate y con el paso de los meses y los años, y gracias al equipo de supervivencia maternal, comprenderás que has sufrido una mutación completa de tu genética originaria y que ahora eres un médico eficiente que decide sobre la marcha qué antitérmico debes suministrar a tu hijo y a tu marido (que a veces se comporta como un hijo más); llevas y traes a la prole a la guardería o a la escuela, con la desenvoltura de un taxista; organizas la compra semanal, las tareas domésticas, las coladas, las comidas y las fiestas de cumpleaños de tus hijos, como el mejor estratega; escuchas los problemas de todos los que te rodean intentando ayudarles en lo posible, igual que haría un psicólogo; ayudas a los niños a hacer los deberes, como una experimentada pedagoga; preparas la comida durante los fines de semana para que todos puedan tomar alimentos sanos y nutritivos, como el mejor chef de un restaurante de moda; atiendes a tu esposo en sus preocupaciones y en la cama, como lo haría una amante veneciana; y trabajas en la oficina más horas que ningún otro empleado, porque tienes que mantener tu puesto de trabajo como sea.

Y, sin embargo, cada vez que miras a tu hijo, que le bañas y te devuelve una gran sonrisa desdentada, que te tiende las manitas para acariciarte mientras le das de mamar, o que te dice por primera vez “te quiero”. Cada vez que hace una examen brillante en la escuela, o que te escribe una espantosa poesía para el día de la madre. Cada vez que habla como una persona sensata o que comienza a trabajar en su primer empleo, descubres que no hay nada comparable en este mundo y que, a pesar de esa mutación genética a la que has sido sometida en virtud de tu maternidad, esa felicidad privada e íntima, ese orgullo que te sobrecoge y te desborda, no lo cambiarías por nada de este mundo.

Felicidades mamás

Paloma Ulloa

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué divertido, Paloma. Te superas. Empar

Anónimo dijo...

Palomita Genial