Una mano cae, con la liviandad de su peso sobre la tela irisada; una cabeza morena reposa, somnolienta, abrumada por la canícula; la mirada de un niño enhebra la esperanza en su futuro; las risas de un baile de máscaras caracolean a la salida de un teatro.
Una catarata de luces y sombras móviles se derrama de los pinceles de Raimundo de Madrazo, en los que muchas veces anida un admirado Fortuny y, más tarde, un sabio retratista que capitaliza su talento en los años finales de su vida, cuando las vanguardias lo van dejando en el arcén y los años no perdonan.
Pero la exposición de Raimundo de Madrazo merece la pena. Nieto, hijo, sobrino y cuñado de grandes pintores, supo encontrar su camino sin desperdiciar su legado.
Un poco del mundo idealizado del siglo XIX abre las ventanas de este palacete del Duque de Elduayen (Madrid, Paseo del Prado, 23) en el que aún sobreviven, bien conservados y a la vista del curioso entrenado, hermosos artesonados de madera.
Raimundo de Madrazo. Exposición temporal. Fundación Mapfre. Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario