miércoles, 23 de noviembre de 2016

Reflexiones del Minotauro: La felicidad



Hace unos días me tropecé con esta frase de Antón Chéjov: “La felicidad no existe. Lo único que existe es el deseo de ser feliz”.

¿Existe realmente la felicidad y, si existe, qué es, una inyección de endorfinas que provoca el cerebro en un instante, el resultado de una pura reacción fisiológica a un estímulo o una comprensión racional de la excepcionalidad gloriosa de un momento único, una voluntad de no dejarse arrastrar por la angustia, el miedo y las presiones del entorno? ¿Se puede ser feliz sin haberlo deseado? ¿Puede ser feliz alguien que no sea capaz de desinhibirse para entretenerse durante unos segundos siquiera en la belleza de un rayo de sol atravesando la bruma o en el placer de compartir una conversación y una caricia con las personas amadas?

¿Es la felicidad un concepto inalcanzable? ¿O por el contrario es una emoción tan fugaz que uno no es consciente de haber sido feliz hasta que el instante en el que lo sintió ya forma parte del pasado de forma irrecuperable?

Yo sí creo en la felicidad y más que en ella, en la voluntad irreductible de ser feliz, de disfrutar cada uno de los girones que se desprenden involuntariamente de la vida y que iluminan nuestro recorrido. Se puede sentir esa felicidad en la mirada de un niño, en una palabra amable, en la celebración de un éxito, en el consuelo recibido como consecuencia de un fracaso, en el deseo incuestionable de encontrar momentos mejores, en no dejarse desfallecer por el abatimiento, y en la memoria de los buenos momentos que todos, hasta el menos afortunado, hemos logrado atesorar a lo largo de nuestra existencia.

Entonces ¿existe la felicidad? Sí, en la medida en que uno desee experimentarla y no se deje arrastrar por el desaliento que a  todos nos atrae  como un imán en algún momento de nuestras vidas, es decir, en la medida en que deseemos ser felices.

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