domingo, 10 de octubre de 2010

Islas

Imagen tomada de www.metromadrid.es


Como islas, navegamos cada mañana la luz sonámbula del metro, nos escondemos en los rincones del vagón, sin mirarnos, sin tocarnos, aislados por la música que destilan nuestros pequeños auriculares, o adheridos a las líneas impresas de gruesos volúmenes efímeros. Algunos, los que se sienten más huérfanos, mantienen conversaciones telefónicas inverosímiles que entremezclan risas y lamentaciones en una rutina sincopada de silencios y palabras incoherentes. Otros, los menos, hacen un inventario inimaginable de zapatos gastados o parecen querer taladrar la gomosa superficie del suelo con sus penetrantes miradas humilladas.

Como islas, tememos la palabra de los otros, la recibimos con un sobresalto de miedo o de vergüenza, escondidos tras los periódicos gratuitos e impersonales que alfombran la soledad cálida y humana del suburbano.

A veces alguien se levanta y cede un asiento, alguien sonríe, alguien es amable y protector con otro pasajero y los demás le miran, con una mezcla extraña de insensibilidad y sorpresa. A veces, un niño humaniza con su conversación el vacío electrizado entre los asientos y se despiertan ternuras inesperadas bajo los rostros pétreos y deformes del cansancio. Después, se diluye la magia de nuevo, se cierran las compuertas de los rostros y retorna el aislamiento.

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