viernes, 29 de noviembre de 2013

Entre lo inadecuado y lo prohibido




Al fondo de la librería de viejo, entre una carcoma de palabras, Agustín rumia líneas miles de veces recorridas con el índice y rememora aromas de imprenta pasados de moda.

Hace ya más de cincuenta años que no se imprimen libros porque son poco  ecológicos, pesados y sucios; y que los viejos negocios como el suyo permanecen en el fondo palpitante que cabalga entre lo inadecuado y lo prohibido, pero nunca le han faltado clientes; a menudo se abre la puerta temblorosa y algún curioso, algún desorientado, algún inadaptado recorre los estantes atestados de ancianidades apiladas que rebosan entre las páginas amarillentas una emoción perdida, el pulso de una luz de primavera en otro meridiano, el fulgor de la nieve de un tiempo entumecido, anterior a las sequías pertinaces y al calor, la sombra de una frase larga, yuxtapuesta, subordinada y lúcida que ya nadie enjareta con soltura ni es capaz de traducir.

Agustín, que lo ha visto casi todo en esta vida, ha encontrado alguna vez lágrimas en los ojos de algún visitante emocionado; ha descubierto algún lector abrazando contra su pecho un ejemplar polvoriento; ha sorprendido dedos enamorados que acariciaban una portada cuarteada y ha registrado suspiros de amor y hasta de sorpresa al descubrir, de improviso, un nombre, un título o una historia.

Hoy el librero ha inclinado la cabeza sobre un volumen pequeño y opaco, de gruesas pastas de cuero y ha comenzado un largo viaje hacia Constantinopla, impulsado por el brumoso viento engañoso del Adriático y por la emoción de una voz gutural que hilvana órdenes marineras. En la memoria lleva sueños de caravanas hacia oriente, aromas de especias, sabores nuevos y una terquedad de explorador bregado en la rutina del frío y del cansancio que conforma la herencia recibida.

La tienda se llena con los quejidos de la naos que se balancea al son del agua y de la bruma, cuando inesperadamente unos pasos macilentos de verdugo del presente se le acercan con decisión atravesando los pasillos sin detenerse.

Alza la vista. La sombra de un traje oscuro y bien cortado se va concretando ante él y comprende que, sin darse cuenta, acaba de transitar, definitivamente, el paso invisible entre lo inadecuado y lo prohibido. Mira a su alrededor, se entretiene en los anaqueles llenos de palabras, en las solapas arrugadas, en los lomos descoloridos, en los tejuelos insolentes, porque sabe que su tiempo ha terminado.

Acaricia con la punta de la lengua la pequeña irregularidad que esconde desde hace demasiado tiempo entre sus muelas, la desprende y la muerde con decisión antes de que el desconocido alcance su escritorio y se presente, con su acreditación inevitable y su olor a muerte.

- No merece la pena vivir sin mis historias. – Le dice en voz alta, sin esperar respuesta, mientras siente cómo el amargor del veneno invade su lengua y se derrama por la garganta hacia el instante sin retorno.

El desconocido se da cuenta demasiado tarde lo que pasa y se abalanza hacia él, con el tiempo justo de retenerle entre sus brazos evitando que caiga desplomado sobre el suelo.

Al fondo de la librería se siente el lento latido de un reloj de cuerda que bate los segundos, mientras el responsable del orden y la higiene ciudadanas sostiene el cuerpo de Agustín entre sus brazos como un juguete roto. No tardarán en desembarcar los equipos de limpieza que recogerán los restos de celuloide contaminante para reciclarlos en una planta de residuos; lo limpiarán todo y empujarán hasta el infierno del olvido las últimas narraciones de papel que aún sobreviven pero, durante unos segundos, apenas lo que dura un parpadeo, la mirada del desconocido se posa sobre el libro que el viejo tenía entre las manos y un escalofrío, la sombra de una duda, recorre como una sacudida su cerebro.

Paloma Ulloa

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Reflexiones del Minotauro V

La ineptitud es esa postura ante la vida en la que los responsables de todos nuestros errores son los demás.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Reflexiones del Minotauro IV



Hoy vivimos las consecuencias de nuestra propia imprudencia porque hemos tratado a la política como a la muerte: todos sabemos que está ahí pero vivimos como si no existiera y ahora nos encontramos impotentes como ángeles caídos que esperan a que les vuelvan a crecer las alas.

Paloma Ulloa

jueves, 21 de noviembre de 2013

Otoño


Andrés López (All Photography)

El viento agitó las páginas del libro olvidado sobre el banco del parque y un rayo de sol atravesó una página en el momento exacto en el que una palabra caía, cobriza y seca, sobre la arena empapada de otoño.

Paloma Ulloa

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Technologie macht frei (Monólogos del despropósito 2)


Imagen tomada de "labolaweb.com"


Reconozcámoslo, la tecnología nos ayuda en nuestro día a día, facilita las gestiones y la interconexión, nos acompaña a todas partes,  y, sobre todo, nos libera…
Sí, no se sorprendan, la tecnología nos libera, por ejemplo, del pudor, y nos permite compartir, democráticamente, con todos los viajeros del vagón del metro o del autobús, nuestras conversaciones más íntimas, animados por ese auditorio colorido y anónimo que parece disfrutar con los detalles de nuestras anécdotas o de nuestras discusiones sin que ni nosotros, ni ellos, caigamos irremediablemente en el engorroso sonrojo, como nos habría ocurrido años atrás.
Pero también nos desligan de la esclavitud del sexo ¿Sonríen?   No deberían. Es bien sabido lo cansado que es el encuentro carnal. La cantidad de requisitos que en pos de la satisfacción de la pareja, de la moda y del propio prestigio nos obligamos a cumplir, mientras que, si en ese segundo íntimo, en ese momento concreto y sudoroso, llega un WhatsApp, uno no tiene más remedio que tomarse un respiro, remolonear del quehacer de las satisfacciones y refrescase, antes de seguir (si es que sigue) con lo que estaba haciendo. Y, en el caso de que la soledad nos abrume, para qué gastar valiosas neuronas en imaginar tórridas situaciones cuando, dándole a una tecla del ordenador, o acariciando dulcemente nuestra tableta, podemos acceder a rápidas soluciones efervescentes que comienzan y finalizan con nuestras pasiones en cuestión de minutos porque no tenemos tiempo que perder. 
Y no es menos importante la labor social que cumple esta conectividad permanente que permite localizarnos en cualquier lugar del orbe en el que nos encontremos (lo deseemos o no), para salvaguardar nuestra integridad física, nuestra fidelidad matrimonial y hasta nuestra coartada (si es preciso), porque no debemos olvidar que a través de sus largos dedos escrutadores, un buen espía, un buscador avezado, una criatura de las catacumbas informáticas, podría averiguar dónde hemos comido, qué hemos regalado a nuestros hijos por su cumpleaños, cuánto nos pagan al mes, cuál es nuestra línea aérea favorita, con quién mantenemos correspondencia electrónica y qué tipo de pornografía nos estimula más.
Atrás quedó para siempre el temible riesgo de adentrarse en una aventura en solitario por las costuras del universo, sin el concurso de los teléfonos móviles, las tarjetas de crédito, los correos electrónicos, los dispositivos táctiles y la siempre imprescindible Wikipedia que nos rescata de la más absoluta ignorancia con un simple movimiento de nuestros dedos. Y, por supuesto, también quedará en el recuerdo de los más nostálgicos, la privacidad escueta de los álbumes de fotos familiares, de los vídeos viajes de bodas a lugares exóticos, de la rememoración idealizada de las noches infinitas que ahora quedan incontestablemente perpetuadas en los fondos privados de Facebook y en los apresurados comentarios de Twitter, para disgusto de muchos y profunda satisfacción de otros.
Y es que, como diría un buen germanista, cargado de cinismo, mientras dirige su mirada a través del ventanal de la historia: “La tecnología te hace libre” (¿O tal vez no?).